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La expedición hispana que se convirtió en la mayor gesta de la historia de la navegación.
La expedición hispana que se convirtió en la mayor gesta de la historia de la navegación.
♤ …Y hacia allí se abandonaron, los abandonados por la esperanza… ♤
La expedición estaba formada por cinco naves con 234 hombres; la Trinidad, San Antonio, Victoria, Santiago y la Concepción. En la primera iba Magallanes, en la última, Elcano. La flota se hizo a la mar el 3 de octubre de 1519. Los viajeros no volverían a pisar tierra hasta pasados dos meses y medio.
La ruta prevista, de acuerdo con las instrucciones reales y el plan anunciado con anterioridad, consistía en navegar hacia el suroeste, de las Canarias a Brasil, y costear por lo que hoy son Uruguay y Argentina, hasta encontrar un estrecho que nadie había visto hasta entonces, pero que Magallanes estaba seguro de que tenía que existir. Entretanto, los barcos cruzaron, siempre rumbo sur, entre Cabo Verde y sus islas, y mantuvieron el costeo de la enorme panza de África hasta el cabo Palmas y Sierra Leona, Al fin, cuando ya navegaba frente a la costa de Sierra Leona, Magallanes hizo virar al oeste-suroeste, y puso proa a Brasil.
Había navegado hacia el sur siempre con viento favorable y a buena velocidad. Se encontraba a solo ocho grados del ecuador, y para llegar a América le bastaba atravesar justo la franja más estrecha del Atlántico, aquella en que el saliente brasileño apunta hacia el extremo del vientre africano. El tramo más estrecho de esa S gigantesca que dibuja el Atlántico se encuentra justamente entre el cabo Palmas en Liberia y la punta Natal, en Brasil.
Pero no es tan fácil llegar a vela entre esos dos puntos relativamente cercanos. Y aquí radica el aspecto negativo: la flota magallánica tenía ahora que afrontar la zona de calmas chichas y la de las tormentas de la convergencia intertropical justo en su peor momento. Tardaría tres veces más en hacer aquel trecho que lo que había necesitado para llegar de las Canarias al cabo Palmas. La calma duró veinte días. Cuando al fin tornó a soplar el viento, lo hizo en rachas violentas, y casi siempre en dirección contraria a la que convenía. Era preciso arriar las velas, mantenerse al pairo y esperar vientos favorables.
Parece que solo tuvieron que sufrir una tempestad fuerte, pero caían las lluvias, mientras las rachas eran molestas e intermitentes. El tiempo transcurría casi en vano. Terminó el mes de octubre, avanzaba noviembre, y la flota apenas se había movido. Magallanes, previsoramente, ordenó el racionamiento de los víveres, con el descontento consiguiente de las tripulaciones.
¿No llevaban vituallas suficientes para dos años? El 13 de diciembre llegaron los barcos a una amplia bahía, hermosa, rodeada de pintorescas montañas y bellas islas. Era un paraje encantador, y aquí la gente no pudo resistir más. El capitán general dio permiso para desembarcar. Tierra, después de 70 dias de navegación ininterrumpida. Era la bahía de Guanabara, un nombre que aún se conserva. Carvalho, el único que había navegado por Brasil y al que por esa causa se concedía crédito, opinaba que ya no se encontraban lejos del estrecho.
Estaban penetrando en el mar del Plata, la más fuerte escotadura de la costa de América del Sur. Forma un enorme triángulo entre los países que hoy se llaman Uruguay y Argentina, y tiene una longitud de 300 kilómetros. En la desembocadura de los dos grandes ríos Paraná y Uruguay su ancho no pasa de tres kilómetros, y las costas se van abriendo hasta distar una de otra unos 280. Como es sabido, aquel enorme golfo había sido explorado cinco años antes por Solís, que no había hallado paso hacia otro océano, y sí la muerte a manos de los indigenas. Magallanes y otros muchos de la expedición lo sabían también.
El 8 de enero de 1520 los navegantes se encontraban ya frente a lo que hoy es la estación veraniega más conocida del Uruguay, Punta del Este, ya claramente en aguas de jurisdicción española. Días más tarde se encontraban frente a una punta donde posiblemente se alza hoy Colonia del Sacramento. Posiblemente fue allí donde vieron un grupo de indios que gritaban, tal vez charrúas. Magallanes destacó un grupo de marineros: «para no perder ocasión de hablarles, y de verlos de cerca, saltamos a tierra cien hombres…, pero escaparon a enormes zancadas…».
No hubo forma de alcanzarlos. Tal vez los desembarcados aspiraban a tener noticias de un paso entre dos mares, por más que no hubo forma de conseguirlas . A partir de aquel momento, los cinco navíos comenzaron a surcar un escenario absolutamente desconocido. Al estuario del Plata había llegado Juan Díaz de Solís. Posiblemente también Sebastián Caboto y Américo Vespuccio, ambos al servicio de España. Pero al sur de Punta Piedras no había navegado jamás barco de vela alguno, ni español, ni europeo ni de ninguna otra parte del mundo.
La aventura cobraba todo el misterio de lo absolutamente nuevo. Por el 22 de febrero, se adentraron en un golfo (lo que es hoy el puerto de Bahía Blanca,) «y vieron todo cerrado», anuncia el manuscrito del piloto genovés. No había estrecho, ni allí, ni un poco más abajo. Tuvieron que seguir hacia el sur, evitando islas molestas y costas con frecuencia pantanosas. ¿Hasta dónde iba a continuar la terquedad de aquel continente, que como una barrera se prolonga más que ningún otro del mundo hacia latitudes australes? Se encontraban ya a 40º sur, y no se divisaba la posibilidad de un paso.
El europeo que llega por la costa argentina a latitudes de 40º equivalentes a las de Madrid, Lisboa o Valencia, se extraña del frío que hace, y ya en los 50º, a la altura equivalente de París o Londres, se siente en regiones antárticas, como si el polo estuviese más cerca las zonas del cono sur americano están relativamente cerca de ese frigorífico inmenso que es la Antártida, y por si fuera poco en la mar impera una corriente fría, Con todo, no es que nuestros navegantes estuviesen sometidos a un frío como el que tuvieron que padecer Amundsen, Scott, Ross o Shackleton en la Antártida.
Lo que ocurre es que la mayoría de ellos estaban acostumbrados a mares tropicales, y ante temperaturas de catorce grados centígrados sentían frío, y tal vez ni siquiera llevaban ropas de abrigo.
✍ << A los 51 grados menos un tercio del Antártico, dimos con otro río de agua dulce, al que las naves se acogieron de los vientos terribles; mas Dios y el Cuerpo Santo no nos regatearon ayuda. En este río anclamos cerca de dos meses para hacer provisión de agua, de leña y de peces –que eran largos como un brazo y más, con mucha escama y tan sabrosos cuanto escasos–. Y antes que navegáramos de nuevo, el capitán general y todos nosotros confesamos y comulgamos como verdaderos cristianos.
Después, a los 52 grados del mismo rumbo, encontramos en el día de las Once mil Vírgenes, un estrecho, cuyo cabo denominamos “Cabo de las Once mil Vírgenes”, por un milagro grandísimo. Ese estrecho tiene de largo 110 leguas, que son 440 millas y un ancho –más o menos– como de media legua y va a desembocar en otro mar, llamado Mar Pacífico, circundado de montañas altísimas con copetes de nieve. No había calado suficiente para pasar, salvo que se enfilase a unas 25 ó 30 brazas sólo, de tierra. Y si no fuese por el capitán general, nunca habríamos navegado aquel estrecho; porque pensábamos todos y decíamos, que todo se nos cerraba alrededor.
Pero el capitán, que sabía tener que seguir su derrota por un estrecho✍ muy justo, según viera antes en un mapa hecho por aquel excelentísimo hombre Martín de Bohemia, destacó dos naves, la San Antonio y la Concepción –así se llamaban–, para ver qué había al fondo de la oquedad. Nosotros, con las otras dos naves –la capitana, por nombre Trinidad, y la Victoria–, anclamos a resguardo de la bahía. Sobrevino aquella noche una fuerte virazón; tal, que fue forzoso levar anclas y dejar que nuestras carabelas bailasen por la bahía cuanto cupo. A las otras dos, en marcha, les iba a resultar imposible doblar un cabo que se les abría al fondo de aquella garganta ni volver hasta nosotros, con lo que, sin la menor duda, su fin era el choque violento con algún bajo.
Ya cerquísima del fondo del embudo y dándose por cadáveres todos, avistaron una boca minúscula, que ni boca parece sino esquina y hacia allí se abandonaron los abandonados por la esperanza: con lo que descubrieron el estrecho a su pesar. Pues, viendo que no era esquina, sino paso, adentráronse hasta descubrir una ensenada. Siguiendo aún, conocieron otro estrecho y una tercera bahía, mayor que esas dos primeras. Con alegres ánimos, volviéronse al punto atrás para que el capitán general lo supiese. >> ✍
Después de casi 3 años de aventura, de los 240 hombres que salieron de España, volvieron 18.-